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Blanquita / 21.12.23 .En el piso de enfrente que estuvo tantos meses vacío ahora vive una pareja. Tienen un bebé. Ella le pasea en brazos y se para en la ventana de su habitación para contemplar lo que hay fuera. Parece que baile. Es ese movimiento de cuando acunas de pie a un recién nacido. Recuerdo cuando lo hacía con mis hijas. Iba de un sitio a otro de la casa tratando de que cerraran los ojos. El marido estuvo pintando hace poco. Iba en camiseta. Son jóvenes. Me dan envidia y a la vez me gusta no ser yo el que esté viviendo eso. Es difícil de explicar. Los comienzos son hipnóticos, como las páginas en blanco, como el primer movimiento de una sinfonía que nunca has escuchado. Luego llegan las cosas, los borrones, el ruido. Pero ahora su casa olerá a nuevo. La cabeza de ese bebé también. Se acercarán a olerlo por la noche cuando no sepan qué ver por televisión y todo les parezca la burda historia de un tiempo al que no están llamados, un lugar ajeno y de mal gusto, el error que alguien filmó. Solo ese olor les dirá cuál es el camino. Y tratarán de seguirlo a su manera. Pronto colocarán los estores y armarán una cómoda que llenarán con la ropa de su hijo. Un día el olor a nuevo se irá, pero no seré yo quien se lo diga. No deben saberlo. Me limito a observarles. Su danza. Los pasos perdidos por la casa. Las miradas hacia el sur, más allá de la carretera por la que circulan coches ignorando que alguien los mira como si fuesen elefantes de otro mundo