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Es raro dormir con alguien / 02.04.24 .Esa decisión de elegir su compañía cuando no eres consciente de ti y te entregas a lo que sea que hace tu cuerpo cuando ni mandas ni decides nada. Es una demostración de confianza. Estoy expuesto a ti, decimos sin decir, ahora podrías sacar un cuchillo y acabar con mi vida, pero sé que no lo vas a hacer, como yo tampoco lo sacaría de la almohada cuando tus ojos estuviesen cerrados. Dormir con alguien es una escuela de vida que ninguna comedia romántica ha sido capaz de explicar. En ellas vemos que uno de los dos se despierta y acaricia el rostro del otro. Todo es apacible porque es mentira. Es algo que sucede en un set, ante una cámara. Ninguno de los dos ha vuelto del sueño. No se ha producido el tránsito en el que dejas de ser para volver a ser. Y a pesar de la mentira damos la situación por buena y pensamos que el amor funciona así. Si lo juzgas ajeno al milagro solo son dos cuerpos que comparten cama, dos que se entregan a su cansancio a la espera de que el nuevo día les borre las manchas del anterior, porque es lo que inconscientemente le pedimos al sueño, que nos devuelva en blanco, que disponga la magia de volver a empezar; de ahí las analogías con el amanecer: resurgimiento, oportunidad, revancha. Nadie piensa que será la última noche, que no habrá un: “Vuelvo a estar aquí y vuelves a estar a mi lado. Hemos salido del túnel juntos y desorientados. Tendrá que pasar un rato para que recordemos el hilo que nos cose y nos tiene aquí y nos manda que despertemos y sigamos siendo lo que somos cada día”. Dormir con alguien es asumir la mezcla de realidad e irrealidad de la que está hecha la vida. Y aceptarla. Y colocarla por encima de la retórica romántica de cualquier ficción que cuestione la soberanía de nuestra idea particular del amor.