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Tiempo con mi padre / 07.09.24 .Me quería regalar un libro por mi cumpleaños. Le dije que no hacía falta. Insistió. Una ceremonia habitual desde hace tiempo. Le dije que la Poesía completa de Cernuda estaría bien. Ayer fui a su casa. Al ver el libro envuelto le imaginé en la librería de Alberto Alcocer pidiendo que se lo pusieran para regalo. «Es para mi hijo. Es su cumpleaños», diría con las manos enlazadas a la espalda mientras canturreaba algo entre dientes. A mi padre nunca le ha costado hablar con desconocidos. La dependienta sonreiría mientras cortaba trocitos de celo y pensaba en sus cosas. Cuesta poco ser amable. A veces he visto la misma escena con alguna anciana muy perfumada que usaba palabras parecidas. Le di las gracias y preparé café. Había comprado un licor antiguo, una marca que quizá ya le cueste encontrar. El encargado de regular la luz en Madrid estaba sentado en el aire tras las cortinas de la terraza. Le vi girar la rueda que utiliza en invierno, haciendo que la noche caiga de pronto sin que te dé tiempo a saber qué ha pasado. Quizá haya otro que haga lo mismo con el tiempo. Otra rueda, otro pasmo. Luego me dijo que se le había estropeado la sandwichera, un cable que había hecho contacto y que hizo que saltara el automático. Fuimos al cuarto que hay junto a la cocina. Allí tiene ahora su cuartel general donde ve el fútbol y escucha discos viejos sentado en una silla que le regalé. Destripé el aparato sobre la mesa redonda. Él se sentó enfrente. No hizo falta decir nada. Dos hombres atentos a las tripas de algo. Y la luz cayendo a plomo fuera. Y los años, y ambos subidos a su coche destartalado sin saber a dónde vamos ni por qué; pero felices de una forma extraña de la que se me hace difícil hablar. Y dentro del libro, Cernuda observando callado también, quizá pensando en ese que se sienta en el aire las tardes en que a un hijo le da por visitar a su padre.