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Vajilla negra / 15.04.23 .
Me dejó un hueco preparado como tantas veces me dejaba la cena en un plato cubierto por otro en la cocina. Un trozo de tortilla, dos croquetas, unas empanadillas reblandecidas que después engullía de pie a las seis de la mañana cuando volvía a casa. Ahora lo pienso y daría lo que soy por volver a encontrarlo. Si estiro un poco el brazo puedo tocar esos días. No están tan lejos. Soy yo el que se alejó. Las fibras de una vida se rompen muy fácil. Basta con cogerlas y hacer presión con los pulgares como el que destripa una flor. Hay algo sádico y tierno. No podemos resistirnos a la destrucción. Es una venganza infantil por sabernos tan poco respecto a lo que vemos y a lo que aprendimos sobre el mundo. El peso del legado es insoportable. Antes de nosotros hubo emperadores, sabios, poetas, libertadores, descubridores, santos. Sabemos algunos de sus nombres. Leímos lo que hicieron conteniendo la respiración. En pijama muchas veces. A ratos dejábamos el libro e íbamos a la nevera a comer cualquier cosa. La grandeza de aquellas personas no casaba con quienes éramos. Había un bache. ¿Qué hicimos nosotros? ¿Qué hice yo? ¿Beber, bailar, mentir, prometer, postergar, quemar? La madre es el puente. La aduana. La embajadora que predispone. La que adiestra en los oficios de la ternura para que entendamos la diferencia y algún día tomemos impulso y seamos una de esas personas. También es vanidad. Quieren lo que ellas no tuvieron. Quieren que el que salió de su vientre llegue más alto. Es su fantasía. Su misión. Enseñarnos a coger flores. La responsabilidad afectiva de la belleza. Ser madre es hacer esas cosas y no preguntar mucho. Una inversión a fondo perdido. Verte destrozado levantándote a las tantas y sonreírte y preguntarte si quieres desayunar o prefieres ya comer directamente. No insistir en los reproches. Dejar que te equivoques. Respetar el margen en el que se desarrollan tus días, aunque no coincidan con lo que ella quería para ti. Esperar. La esperanza de una madre es necia y biológicamente necesaria. Siento que al irse me ha dejado su ausencia en el mismo plato cubierto por otro, solo que ahora la vajilla es negra y al tocarla me quema. Los platos están pegados. Es imposible separarlos. Es una nave espacial. Una estrella de la muerte que debo destripar porque dentro está el alimento de mi hueco, lo que me sustentará a partir de ahora. Aunque tampoco es ningún alimento. Quizá una pregunta que tengo que responderme de aquí a que sea yo el que deje de estar. Soy el siguiente. También me lo dijo a su manera. En ese plato está todo lo que debo saber del resto de mi vida.